Más allá de la leyenda del motín de la trucha, lo cierto es que resulta incuestionable que este pez es uno de los más deliciosos. No dudamos que, a lo largo de la historia, muchos incluso habrán luchado por saborear este ejemplar. Nosotros, sin embargo, preferimos otro tipo de lucha: la de un pescador y su caña contra el ímpetu y la bravura del animal.
La trucha pertenece a la familia de los salmónidos, una de las especies más valoradas de todos los tiempos para la pesca y la alimentación humana.
Son originarias de Norteamérica, norte de Asia y Europa, pero fueron introducidas en otras regiones como Australia y Nueva Zelanda, y en Sudamérica en Colombia, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Perú y, por supuesto, en varias zonas de Argentina como la llanura pampeana, Córdoba, Catamarca, San Luis, y en la Patagonia en las provincias de Neuquén (donde se han encontrado ejemplares increíblemente grandes), Chubut, Santa Cruz, Tierra del Fuego y, eventualmente, en todos los continentes.
Como ha sucedido en otras ocasiones, la introducción de esta especie en otro ecosistema, motivada por el interés deportivo y comercial, ha causado ciertos desequilibrios, ya que si bien la dieta de la trucha consiste principalmente en invertebrados, insectos y crustáceos, los ejemplares más grandes se alimentan de otros peces.